El Salvador recuerda a mártires de la guerra civil que serán beatificados
Dos religiosos asesinados por militares de El Salvador en los albores de la guerra civil, Rutilio Grande y Cosme Spessotto, que serán beatificados el sábado, son recordados entre los campesinos por su defensa de los pobres.
Ambos fueron testigos de las difíciles condiciones políticas, económicas y sociales que imperaban en El Salvador en plena guerra fría y los años previos al conflicto armado que asoló al país entre 1980 y 1992.
Grande lo vivió como párroco en Aguilares (al norte de San Salvador), pero también lo experimentó en la vecina El Paisnal, donde nació en 1928 y donde también daba misa.
"Él se llevaba con todos, porque hasta jugaba con los bichos", la forma cariñosa con que se refiere a los niños Ángela Chávez, de 91 años, quien lavaba la ropa del sacerdote, conocido como "padre Tilo".
El Paisnal es una tranquila y pequeña localidad a unos 40 km de la capital rodeada de haciendas ganaderas y cultivos de caña de azúcar, con casas de ladrillo que se mezclan con otras pintorescas de paredes de tierra.
"Lo que hicieron con él fue una crueldad, él a dar la misa venía, yo no lo pude ir a ver cuando lo mataron", dice Chávez a la AFP, tras describir al jesuita como un hombre de semblante "serio".
- Entregado a los campesinos -
Grande fue nombrado párroco de Aguilares el 24 de setiembre de 1972, y comenzó a recibir las quejas de quienes trabajaban en las plantaciones de caña, que decían ser víctimas de abusos.
María Vicenta González, de 63 años, lo acompañó muchas veces a esas visitas en el campo.
"Él iba a favor de los pobres", dice. "Yo estoy contenta porque lo van a hacer santo a él porque se lo merece".
En las misas, cuenta González, Grande denunciaba las injusticias que se cometían contra los campesinos, como los bajos salarios y las largas jornadas de trabajo.
De acuerdo a la Arquidiócesis de San Salvador, contra el sacerdote "sobraban muchas acusaciones".
"La intención era justificar su asesinato, al que se trató de colorear con tintes de ideología", resume esta institución en una breve biografía de Grande, cuyos restos están enterrados frente al altar mayor en la iglesia de El Paisnal.
El 12 de marzo de 1977, mientras atravesaba en su vehículo una carretera de El Paisnal, Grande fue asesinado a disparos en una emboscada de miembros de la proscrita Guardia Nacional. Murieron también el sacristán Manuel Solórzano (72 años) y Nelson Rutilio Lemus (16), quienes serán igualmente beatificados y que están enterrados junto a él.
Ese hecho fue el inicio de la represión del entonces gobierno militar y los escuadrones de la muerte derechistas contra miembros de la Iglesia que denunciaban la injusticia social imperante.
El asesinato de Grande marcó un profundo cambio en el arzobispo de San Salvador, Óscar Arnulfo Romero, quien a partir de entonces asumió como bandera la denuncia de la injusticia contra los pobres de su país.
Con esas beatificaciones, aprobadas por el papa en 2020, Francisco quiere rendir homenaje a la iglesia latinoamericana que se ha comprometido en la defensa de los pobres y la lucha contra las injusticias sociales.
Durante su viaje a Panamá en 2019, Francisco contó a un grupo de jesuitas que en la entrada de su habitación tiene un marco con un pedazo de tela con sangre de Romero, canonizado el 14 de octubre de 2018, y los apuntes de una catequesis de Rutilio, reconociendo indirectamente que lo han guiado en su pontificado.
"A Rutilio lo quiero mucho”, confesó en esa ocasión.
- El franciscano defensor -
El franciscano Cosme Spessotto será beatificado en la misma ceremonia el sábado, que tendrá lugar en una plaza en el oeste de San Salvador y será oficiada por el obispo auxiliar de San Salvador, cardenal Gregorio Rosa Chávez.
Spessotto llegó a El Salvador el 4 de abril de 1950, y el 18 de octubre de 1953 asumió como párroco de la ciudad de San Juan Nonualco, 54 km al sureste de San Salvador.
Su rostro en pequeños carteles es exhibido con orgullo en muchos negocios de esa ciudad.
A inicios de 1980, Spessotto había recibido amenazas de muerte por su labor de defensa y denuncia. El 14 de junio de aquel año fue asesinado "por odio a la fe", según la Iglesia.
Domitila Moscote acudía a la parroquia para que el franciscano le regalara uvas verdes que él mismo cultivaba.
"La mayoría de la gente acá es bien devota de él. Él era un hombre bien alegre (...), que perdonó a los que lo mataron", afirma esta mujer que ahora tiene 50 años.
En un pilar frente al altar el agujero de una bala que no acabó en el cuerpo del religioso señala el lugar de su muerte.
"Él solía defender a todas las personas que estaban en peligro", cuenta Miriam Marroquín, que lo conoció y viajó más de 100 km desde la ciudad de Santa Ana (oeste), en donde vive, para visitar su tumba. "En su testamento espiritual dijo que presentía su muerte".
(N.Lambert--LPdF)