Antes bienvenidos, los refugiados rohinyás se enfrentan al rechazo en Bangladés
El refugiado rohinyá Noor Kamal recibió una amable bienvenida en Bangladés cuando huyó de los soldados birmanos que arrasaron su aldea. Cinco años después, la hostilidad contra su comunidad le hace sopesar un peligroso retorno a casa.
Mucho ha cambiado el panorama desde que él y otros 750.000 miembros de esta minoría musulmana huyeron de una campaña de represión en Birmania que está siendo investigada como un genocidio por parte de la ONU.
Entonces, miles de bangladesíes, indignados con la violencia antimusulmana al otro lado de la frontera, acudieron desde todo el país para distribuir comida y medicinas a los recién llegados.
Pero la opinión pública se endureció después de años de esfuerzos infructuosos para negociar un retorno seguro de los rohinyá, a quienes los medios y políticos del país acusan habitualmente de narcotráfico y de amenazas.
"Aquí hay tanto odio entre la gente y la prensa que me temo que se desencadene violencia en cualquier momento", dice Kamal a la AFP desde su casa en los extensos campos de refugiados cerca de la frontera.
"Es mejor volver a casa, aunque eso signifique ser recibido a tiros. Si morimos, al menos seremos enterrados en nuestra patria", asegura.
Bangladés experimenta dificultades para sostener a su inmensa población de refugiados.
Aunque dispone de asistencia financiera de la ONU y de organizaciones humanitarias, Daca todavía enfrenta importantes desafíos administrativos con los campos.
Y el golpe militar en Birmania el año pasado hace todavía más remota la posibilidad de un regreso.
El mes pasado, la primera ministra bangladesí Sheikh Hasina dijo que los campos rohinyás se convirtieron en una pesada losa para la economía del país y en una amenaza a su estabilidad política.
"Si el problema persiste (...), puede afectar la seguridad y la estabilidad de la región entera", dijo en la Asamblea General de la ONU en Nueva York.
- "Traen vergüenza a Bangladés" -
El resentimiento está extendido entre los bangladesíes vecinos de estos campos, que consideran que los rohinyás abusaron de su hospitalidad.
"Cubren de vergüenza a Bangladés", dice a la AFP Ayasur Rahman, portavoz de un grupo de la sociedad civil local que se opone a la presencia de los refugiados.
"Deberían ser enviados a Birmania inmediatamente", dice el hombre, que acusa a los refugiados de "quitarnos los trabajos y robarnos nuestros pasaportes".
Los comentarios críticos sobre la inseguridad en los campos y el gasto de recursos públicos en ellos se convirtieron en una temática habitual de los medios locales.
En agosto, en el quinto aniversario de la campaña que provocó la huida de los rohinyás de Birmania, un popular portal de noticias publicó un artículo de opinión preguntando: "¿Cuánto tiempo se castigará a Bangladés por su benevolencia?".
Otro titular en un medio local asemejaba la presencia de los rohinyás a un "tumor cancerígeno".
Los prejuicios alarmaron a la antigua Alta Comisionada por los Derechos Humanos de la ONU, Michelle Bachelet, que visitó el país en agosto en una de sus últimas misiones.
"Estoy muy preocupada por la creciente retórica contra los rohinyás en Bangladés, por estereotipar y culpar a los rohinyás como origen del crimen y otros problemas", dijo.
- "Es muy doloroso" -
Los refugiados reconocen la existencia de violencia y actividad criminal en los campos, pero destacan que ellos son sus principales víctimas.
El Ejército de Salvación Rohinyá de Arakán (ARSA), un grupo islamista que se enfrentó con el ejército birmano en el pasado, busca asentar su control en los campos, incluso matando a líderes sociales que cuestionan su autoridad.
El sur de Bangladés es también un centro regional del comercio de metanfetaminas producidas en Birmania, y los rohinyás son a menudo reclutado como "mulas" por las bandas que controlan las redes de distribución.
Aunque este fenómeno es anterior al éxodo rohinyá, los refugiados aseguran que son culpados de la propagación de las drogas en Bangladés y condenados como criminales independientemente de su implicación.
"De un millón de personas, hay un puñado de manzanas prohibidas, pero eso no justifica llamar criminal a toda una comunidad de refugiados", dice a AFP el refugiado Abdul Mannan.
"Es muy doloroso cómo nos retratan", añade.
La economía del país está en alfileres. Este año, el incremento de precios alimentarios y los extendidos cortes de red a nivel nacional han provocado ocasionales protestas violentas.
Además, Bangladés sufrió las peores inundaciones que se recuerdan en el último monzón, con millones de hogares inundados y numerosos pueblos aislados del resto del país.
Estas adversidades contribuyeron a erosionar el sentimiento caritativo que antes empujó a muchos bangladesíes a acudir en ayuda de los refugiados.
"La compasión que se demostró en 2017 y los años siguientes menguó. Se ha visto reemplazada por una retórica xenófoba", dice Ali Riaz, profesor de ciencia política en la Universidad Estatal de Illinois, que ha escrito extensivamente sobre la crisis rohinyá.
"El miedo y el odio son rasgos claves", explica a la AFP. "Y desafortunadamente no vienen en pequeña cantidad".
(H.Leroy--LPdF)