Los Gullah Geechee, descendientes de esclavos, luchan por proteger su isla en EEUU
Ed Atkinks sostiene una canasta llena de camarones pequeños que se retuercen, un nuevo botín para este pescador afroestadounidense que lleva más de 60 años sacándolos de las aguas de la isla Santa Helena, en Carolina del Sur.
Sin embargo, por el cambio climático y el constante avance de desarrollos inmobiliarios, su medio de subsistencia en esta esquina del Atlántico está en riesgo.
"Antes, podías ir y pescar en cualquier parte. Pero ahora debes ir a un sitio especial para eso", recuerda el septuagenario a la AFP.
En el pasado, en un buen día en el mar podía conseguir alrededor de 100 dólares en pescado. Ahora si logra una pesca de 35 dólares se siente afortunado.
La situación empeora más porque pescar es parte esencial de su cultura. Atkins pertenece a los Gullah Geechee, descendientes de pueblos africanos exclavizados en las plantaciones costeras del sureste de Estados Unidos.
Dispersos en islas separadas a lo largo de la costa, sus ancestros dependieron de la tierra y el mar. Crearon su propia cultura, alimentada por su herencia africana, e incluso desarrollaron su propio lenguaje criollo.
- 'Pueblos fantasma' -
Cientos de miles de personas son parte de esa comunidad, hoy amenazada por el cambio climático y la gentrificación, mientras desarrolladores acechan la zona como halcones.
Cada impacto tiene "diferentes efectos, pero son efectos que deterioran culturalmente, dice Dionne Hoskins-Brown, jefe de la Comisión del Corredor Patrimonio Cultural Gullah/Geechee.
Contemplando los manglares, que ella llama su "lugar feliz", la bióloga explicó cómo el ambiente se está deteriorando: el calor es más intenso, las inundaciones más frecuentes y las tormentas más devastadoras.
Y, claro, el nivel del mar se está elevando hasta afectar el hábitat de especies marinas, lo que se traduce en un impacto directo sobre la pesca.
En esta temporada, el número de cangrejos azules atrapados cayó dramáticamente.
Atkins teme que sus vecinos se vayan al ver que regresan a casa con las manos vacías, y que entonces su amada isla de Santa Helena se convierta en un "pueblo fantasma".
Un pescador que él conoce está considerando irse. Por el momento, Atkins se rehusa a emigrar, pero sus ojos demuestran preocupación: "Sería como un pez fuera del agua si no puedo ir a pescar lo suficiente para alimentar a mi familia".
- Casas colapsadas -
Si los residentes tuvieran que desarraigarse, ¿adónde irían? "Vemos la televisión, vemos deslizamientos de tierra en todo el lugar, vemos incendios forestales en todo el lugar", dijo Marquetta Goodwine, activista Gullah Geechee conocida como "Queen Quet".
Frente a una rampa para botes, Goodwine, con su cabello adornado con conchas, fija su mirada en un poste cercano que colapsó por la erosión: "¡Hablando de los efectos del cambio climático!", exclamó.
A pocos minutos de allí en Harbor Island, casas de una urbanización privada se derrumbaron cuando el mar se tragó parte de la playa.
"Las casas cayeron al oceano porque estaban en un lugar que no era sustentable", dijo Goodwine.
"Los Gullah Geechee no construyen directamente en la orilla".
Ella y sus vecinos miran con angustia como hoteles y enormes residencias se construyen cada vez más cerca del mar por gente adinerada que eleva los precios.
Algunas islas han sido completamente tomadas por el turismo, y "no puedes encontrar allí más de una docena de Gullah Geechees", dice Goodwine.
- Urbinizaciones y campos de golf -
La isla de Santa Helena está determinada a resistirse a semejante destino: un consejo municipal prohibió la construcción de cierto tipo de instalaciones, incluidos grandes complejos hoteleros y campos de golf.
En la calle, entre los árboles de musgo español, se pueden ver avisos contra las urbanizaciones cerradas y los campos de golf.
Para muchos, la lucha contra el cambio climático y la construcción es inseparable. Ambas amenazan la tierra, que para ellos tiene un significado casi sagrado.
Las generaciones pasadas "no tenían dinero para dejarnos, así que lo que dejaron fue esta preciada tierra", dice la residente Marie Gibbs.
"Sin tierra no tienes nada".
Gibbs, quien está en sus 70 y es granjera y administradora de un museo, no tiene intención de rendirse.
Hace cuatro años, perdió cuatro hectáreas de tierra cultivable por inundaciones que dañaron el suelo.
Ahora ya no admite a perder una pulgada más, sea por el cambio climático o el desarrollo inmobiliario.
"La lucha es constante", dice. "Lucharemos por lo que tenemos".
(F.Bonnet--LPdF)